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Prueba de las raíces hacia arriba: una apuesta por la resistencia del pueblo Awá

13 de febrero de 2024 - 11:50 p. m.

En medio del riesgo de exterminio físico y cultural a causa del conflicto armado y la violencia, integrantes del pueblo Awá del departamento de Nariño escriben este manifiesto sobre la vida en el Katsa Su, su territorio, en el que la conexión ancestral ha configurado su labor de defensa y su arraigo. Una historia sobre el cuidado y la pervivencia.

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“Allá bajo dicen que siembran todo; maíz, que la tierra dizque es muy buena. Eso contaban los mayores. Que allá viven lo mismo, la misma gente como nosotros estamos, pero para ellos es diferente todo. Lo que se sabe, la historia, es que todo lo que nosotros miramos aquí, allá pasa a ser diferente. Todo lo que conocemos tiene otro nombre, otro significado, otra dimensión. Las piedras, por ejemplo, son riqueza. Al armadillo le dicen zapallo porque no es un animal sino una fruta. Lo que son hormigas acá, allá son personas. El árbol que llamamos ‘Rascadera’, que es blandito para nosotros, para ellos es el más duro y grande, que no lo pueden mirar, y hay puro de ese allá. (…) Ellos no comen productos, comen el vapor de las comidas. Eso decían los mayores. Por eso el agua de chiro que sobra cuando se cocina, el agua caliente, decían, no hay que regarla a la tierra porque es malo, porque le cae a la gente de abajo…” (Relato de mayor Awá, Unipa).

Una densa neblina se desliza y se asienta con absoluta libertad sobre la selva que abraza el Resguardo El Gran Sábalo (municipios de Tumaco y Barbacoas) mientras uno de los mayores del pueblo Awá le habla a otros compañeros y compañeras sobre el Maza Su Ishkum Awa, el mundo de abajo, el primer mundo. Todos y todas lo escuchan, todas y todos lo ven, porque el inkal Awá (ser de la selva) habla con la voz y con la mirada, y porque en su conversa, él recuerda las raíces de su pueblo, la cosmovisión que fundamenta y da sentido a la conexión ancestral con ese gran territorio llamado Katsa Su.

(Lea también: Las amenazas que acechan a los indígenas Awá)

Es de día y el agua de panela circula en medio de cierto aire de complicidad y timidez que se inscribe como otro lenguaje, como otra expresión que convoca a leer y escuchar el paisaje, los gestos, los sonidos, el silencio. Los jóvenes y mayores se juntan para volver al origen, para hablar de este gran territorio donde la selva no es una pintura ni un espejismo, sino una deidad generosa, majestuosa e imponente. El espacio donde confluyen los cuatro mundos que estructuran la existencia física y espiritual del pueblo Awá.

“De aquí, pasamos a este”, dice el mayor apuntando al segundo cuadro de un dibujo. Él hace referencia al Pas Su= Awaruzpa, el mundo que se observa y en el cual se vive, conformado por la selva, la montaña, las peñas, los árboles, la tierra, los ríos, las plantas, los animales, los espíritus; en síntesis, por las y los Awá y sus formas de organizarse y pervivir. “Aquí estamos nosotros hoy día, pero persona que muere pasa allá”, al Kutña Su=Irittuspa o mundo de los muertos, donde el inkal Awá se transforma, porque “acá ya se va el alma o el espíritu, y desde acá sigue en sus ámbitos territoriales, no se ha ido (totalmente). De día, de noche, se traslada, pero ya no venimos en cuerpo, sino que nos convertimos en aves, en tigres, culebras, en sombras de cualquier cosa…” Y, por último, menciona el Ampara Su= Katsamika o mundo de los dioses, el mundo del sol, la luna, las estrellas, el cosmos en general, que orienta los tiempos y ritmos en la tierra, por ejemplo, para la siembra y cosecha de alimentos, para la práctica artesanal del canasto y la higra, para la crianza de la vida Awá.

Un dolor que habita el alma

La historia reciente del pueblo Awá, representado por la Unidad Indígena del Pueblo Awá – UNIPA, está atravesada por una cantidad innumerable de violencias y de presencias armadas que han afectado gravemente las pautas, prácticas y sentidos en función de los cuales se ha erigido y organizado la vida en el “Katsa Su”. Se trata, en efecto, de una fractura a una búsqueda constante por tejer, sostener, cuidar y pervivir en el Gran Territorio y sus cuatro mundos.

Estos cuatro mundos dan lugar a la concepción del territorio como un todo. Un todo colectivo natural y espiritual, integrado por el cosmos (el sol, la luna, las estrellas, el trueno), los animales, el agua (en forma de lluvia, río, quebrada), los árboles, los alimentos, los espíritus guardianes de la montaña y los indígenas Awá, quienes reconocen en la selva la raíz de su existencia, la matriz de la vida en todo su esplendor y el punto de confluencia e interacción de distintas presencias y energías con las cuales los ‘Alttem Awá’, ‘los Sindagua’ y los tatarabuelos sabedores fijaron normas de comportamiento y convivencia para mantener el equilibrio y el respeto por los ritmos, espacios y usos de la tierra, el agua y los alimentos brindados por el árbol grande, principal relato cosmogónico del pueblo Awá.

Se trata de acuerdos trasmitidos de generación en generación gracias a la tradición oral, los cuales se convirtieron en la Ley de Origen, la principal fuente del saber y la base espiritual del Derecho Propio que es un legado de pensamiento hecho palabra y verbo. O como señala un mayor: “el espíritu de todos esos saberes y conocimientos que hay en nuestra cultura Awá (…) la lengua, la música, el canasto, la higra; pensar por nosotros mismos. Es esa mirada del territorio, de los sitios sagrados; el contar con nuestros mayores las historias. Desde ahí se trasmite todo lo propio, lo que marca un respeto espiritual que va ligado a unas normas ancestrales, entonces, es algo que trasciende. El Derecho Propio es todo ese caminar a nuestro ritmo, ese trasmitir desde del fogón, los ríos, los sitios sagrados, los rituales. Es algo que nos pertenece”.

Cuando se habla de la Ley de origen y el Derecho Propio hay algo que se enciende en los ojos del inkal Awá. Una fuerza viva que se refleja en el tono firme de cada palabra y cada pausa, porque las pausas también cuentan y surgen como bocanadas en medio de los actos de rebeldía, de liberación, de reconocimiento, es decir, una forma de recordar el pasado recreándolo en el presente.

Este relacionamiento cercano, sentido y sagrado evidencia una comprensión holística del territorio, donde los indígenas Awá y la selva son una sola realidad que se defiende y se construye mano a mano, bastón a bastón, en el ejercicio de autonomía que por derecho les corresponde como pueblo. Por ello, cualquier intervención o transgresión sobre el territorio no sólo constituye una ruptura en la armonía física-espiritual de los cuatro mundos sino también una honda herida al corazón del inkal Awá..

El recuerdo de las violencias atraviesa el andar y la mirada de los sabedores y sabedoras, de los padres y las madres, de todos los inkal Awá. Historias y memorias que permanecen refugiadas en los rincones de las trochas, en las piedras de los ríos, en los marcos de las ventanas, en los surcos de las manos, en los bordes de una sonrisa incompleta o yuxtapuestas en la sucesión de acontecimientos que parecen no tener tregua en el territorio, donde la neblina explaya plenamente sus alas antes de dar paso a una lluvia copiosa que lo llena todo.

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“Antes no vivían Awá por esta zona, vivían dentro de la selva, de un día de camino. Los Awá eran muy tímidos, callados y vivían muy bien en su selva, cazando, traían pescados atados, se curaban con plantas; pensaban y caminaban juntos. No había ningún problema porque se escuchaba el consejo del mayor, pero llegó la maldad y fue cambiando todo”, cuenta con tristeza una mayora. Y es que sobre el territorio Awá, en las últimas tres décadas, se ha escrito un capítulo difícil de contar y explicar, tanto por la cantidad de crueldad desatada, como por la dimensión y el peso del dolor.

Hablamos de no menos de 14.600 días de violaciones a los derechos humanos, al derecho a la autodeterminación, e infracciones al derechos internacional humanitario, por cuenta de confrontaciones armadas, confinamiento, instalación de minas antipersona, restricción a la movilidad, masacres, ejecuciones extrajudiciales, asesinato de líderes y autoridades tradicionales, reclutamiento forzado, amenazas, desplazamiento, desapariciones, violencias basadas en género, señalamientos y humillación étnica, ocupación de lugares familiares, comunitarios y sagrados, fumigación aérea, contaminación por atentados y derrames del Oleoducto Trasandino, entre otros hechos tipificados y no tipificados como delitos. Esta violencia se ha recrudecido durante la pandemia, período en el cual UNIPA ha reportado 134 hechos victimizantes, incluyendo el asesinato de 47 miembros de las comunidades

Estas violencias han generado múltiples afectaciones, no solo en términos psicológicos, emocionales y espirituales (tanto en el plano individual como colectivo), sino en la posibilidad misma de vivir en el territorio como pueblo indígena. Esto es, de caminar, percibir, interpretar y gobernar el territorio bajo los consejos y mandatos heredados de los abuelos y abuelas Awá, y conforme a los principios que han guiado los procesos organizativos de este pueblo: Unidad, Territorio, Cultura y Autonomía.

La tierra, el agua, los animales, los alimentos, la selva, la comunicación, la medicina y el inkal Awá, han sufrido. Solo la instalación de minas antipersona en escenarios frecuentados por la población (como caminos, espacios sagrados, lugares para la cacería y recolección de alimentos, áreas aledañas a escuelas y viviendas), y la restricción de movilidad a horarios y zonas establecidas por los actores armados, han generado una grave afectación en al menos tres escenarios fundamentales: en el entorno espiritual, al representar un limitante para la realización de rituales de armonización, y la práctica de la partería y curandería, cuyos ritmos y tiempos responden a un saber y una lógica ancestral, y cuyos insumos (plantas medicinales) se encuentran en la selva; en la alimentación del pueblo Awá UNIPA, en tanto han dejado de desarrollarse las actividades de caza, pesca y recolección, así como de cultivo de alimentos propios y esenciales para su pervivencia física; en el entorno cultural, puesto que se han debilitado las prácticas de tejido de higra y canastos, al no poder buscarse los materiales indispensables para estos ejercicios manuales. Esta limitación, que repercute sobre el arte propio, ha supuesto un riesgo para la prolongación de su cultura, para la trasmisión del saber y la lengua propia (al awapit) que se cría, alimenta y protege en esos escenarios del compartir.

“La tierra está enferma”, dicen los mayores Awá, por la contaminación que produjo el glifosato y el derrame de crudo sobre el suelo, el aire y el agua (fuente primaria para la cura de enfermedades). Esta situación llevó a la pérdida de alimentos propios y la desaparición o desplazamiento de la fauna que en la selva convivía con el Awá. Por eso comentan que ya no se escucha ni se ve a los animales que mantenían el equilibrio en los ecosistemas del territorio y que hacían parte de la alimentación de las familias Awá. Tampoco se encuentran las plantas para sanar las enfermedades de la selva ni a los espíritus que habitaban la espesura de las montañas y las aguas de los ríos, aquellas energías y memorias de los ancestros que lucharon también por este territorio, y que según cuentan, “son los que regulan y armonizan junto con la madre naturaleza. Armonizan ellos la vida humana”.

En medio de un escenario que les sigue poniendo en riesgo de extermino físico y cultural, como lo declaró hace 12 años la Corte Constitucional a través del Auto 004 de 2009, las mujeres y hombres Awá buscan tender los hilos para pervivir y reconectar con su selva, que es su piel y el ombligo de su existencia. El inkal Awá resiste, desde la espiritualidad, el pensamiento y la oralidad porque, como expresa un sabedor, aquí “la resistencia no es la fuerza ni uniforme ni fusiles, sino el andar y leer el camino propio”. Pero también, el pueblo Awá sueña y se proyecta, porque lleva consigo la sabiduría de sus antepasados y el compromiso de proteger el Gran territorio, que es la vida, el hogar y su razón de ser Awá.

Tiempo de preguntar. Tiempo de retejer

“Para proteger ese legado de nuestros ancestros es importante poner la mirada en el origen de nuestro pueblo, en nuestra propia forma de vivir. Empezar de abajo, luego mirar el piso, y del piso hacia arriba. De las raíces hacia arriba”, orienta un mayor de UNIPA mientras la marimba suena evocando a la montaña.

“Por nuestros niños y jóvenes debemos ver en dónde están las raíces: quiénes somos, de qué venimos, cómo vivimos…”, complementa luego otro sabedor de UNIPA, “para que nuestra juventud se sienta más segura de ser de una cultura, porque un pueblo sin historia no tiene vida. Entonces tenemos que agarrar la raíz de nuestro vivir para que nuestros procesos se fortalezcan. Este es el tiempo de preguntar y preguntarnos”. Por eso, cada una de las apuestas sociales, políticas y culturales en el territorio, convocan constantemente a un retorno a la base de la identidad Awá, que representa la herencia y la memoria de los primeros hombres y mujeres; la fuente de prolongación de este pueblo y su Katsa Su, y la esencia de su paz; la paz que añoran y les corresponde.

“Para nosotros la Paz es un derecho fundamental, porque es vivir realmente en armonía en el territorio. Comunicar con la madre tierra, respetar a la madre tierra; comunicar con los árboles, la flora, la fauna, los espíritus de la selva; con los cuatro mundos según nuestra cosmogonía. Convivir con nuestros abuelos, sabedores, músicos, médicos tradicionales, docentes, autoridades, líderes y lideresas. Para nosotros la Paz es el gran sueño de vivir a nuestra manera inkal Awá; con nuestra música, medicina, lengua, comida, tradiciones, consejos; con lo que nos hace ser gente de la selva”.

Es poder encontrarse, reconocerse, urdir la palabra, sembrar el consejo, trabajar en minga y desarrollar integralmente nuestro Plan de vida, por los mayores que en estos tiempos difíciles comparten con esperanza sus convicciones, por las mujeres que tejen el sostén de la vida y cultivan la lengua; por los jóvenes que siguen las huellas de sus ancestros, y por aquellos niños y niñas de ojos azabaches y profundos, que observan a sus padres, que observan su bandera… Una paz desde la raíz, para que ellas y ellos encuentren siempre el camino a casa, a su esencia y a su selva.

*Escrito por la Unidad Indígena del Pueblo Awá – UNIPA

**Esta crónica se presenta como parte de la alianza entre Unipa, Camawari, Dejusticia, Corporación Chacana y El Espectador; con el Apoyo del Fondo Multidonante de las Naciones Unidas para el Sostenimiento de la Paz. Las voces del pueblo Awá y las fuentes primarias de su cosmología son de Unipa.

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