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Gino Bartali, el héroe del ciclismo que salvó la vida de más de 800 judios

Bicampeón del Tour de Francia y ganador tres veces el Giro de Italia, pero su mayor hazaña apenas se conoció hace 17 años: salvar a más de 800 judíos italianos a los que proveía de pasaportes falsos para huir del régimen de Mussolini, en la Segunda Guerra Mundial.

Élber gutiérrez
23 de octubre de 2020 - 03:41 p. m.
Gino Bartali, el héroe del ciclismo que salvó la vida de más de 800 judios

Gino Bartali desbordó su propia historia. Célebre durante la primera mitad del siglo XX por sus gestas deportivas y cuestionado por algunos sectores de la izquierda italiana debido a su supuesta postura a favor del fascismo de Benito Mussolini, parecía un personaje suficientemente conocido por todos. En su país se sabía que provenía de la región de la Toscana, de un pueblo cercano a Florencia, que tenía origen campesino y que llegó al deporte gracias al trabajo que consiguió en un taller de reparación de bicicletas. Que experimentó, sufrió y triunfó. Su debut, en 1934, fue leyenda, porque un golpe lo dejó grogui a él y causó ataque de histeria en su familia, la cual le pidió que se retirara de las carreteras. Tiempo después su hermano Giulio murió en competencia y otra vez vinieron las advertencias para que Gino dejara el ciclismo.

Pero pudo más el tesón que lo hacía imbatible en las montañas y rápidamente se quedó sin rival entre sus paisanos, enfrentó a los británicos, derrotó a españoles y en 1938 –sin quererlo- hizo realidad el sueño de il duce de ocupar el primer lugar en el Tour de Francia. En los albores de la Segunda Guerra Mundial, a Mussolini le obsesionaba la idea de demostrar su supuesta superioridad racial. Bartali se convirtió entonces en el deportista ejemplar del país y los servicios de seguridad jamás le pusieron problema pese a que era el único que salía a entrenar en carretera en época de toque de queda. Mientras todos se alistaban para el combate o huían de los ataques, el campeón italiano recorría sin falta largas distancias sobre ruedas, a la vista de los entusiastas militares que no hacían más que aplaudirle.

La verdad es que no fue ese el único intento de los políticos por aprovecharse del deporte para ponerlo al servicio de intereses mezquinos. Ya en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, Jesse Owens le había tapado la boca a Adolf Hitler, quien tuvo que ver cómo un negro de Alabama (EE. UU.), exempleado de una estación de gasolina, para más señas, se convertía en múltiple campeón mundial de atletismo y demostraba que el mito fundacional del nazismo no podía existir sino en la cabeza del Führer y sus esbirros. Hitler se enfurecía con los triunfos del atleta, mientras Mussolini saltaba de la dicha con las gestas de su ciclista.

* * *

La guerra vino y se fue. Se llevó unos sesenta millones de vidas y malogró muchas más. Abrió heridas que incluso ahora, cuando se conmemoran los 70 años del fin de ese conflicto, no han terminado de sanar. Y una de las pruebas más contundentes de ello es el debate suscitado a finales del año pasado en Italia con motivo del estreno de My Italian Secret: The Forgotten Heroes, del director Oren Jacoby. Se trata de una suerte de documental que recrea la historia de desconocidos héroes de la época a quienes no se les ha reconocido todo lo que hicieron para evitar que los judíos fueran a dar a los campos de concentración nazis. Uno de esos personajes a los que se rinde tributo en la obra es, precisamente, el campeón de ciclismo Gino Bartali.

Pero, ¿no fue acaso Bartali el ciclista preferido de Mussolini? Tal vez sí. Lo que no es cierto es que Mussolini fuese propiamente el héroe político de Bartali y la primera prueba de ello parecen ofrecerla los reportes de la prensa de 1936. Flamante ganador del Giro de Italia, Bartali fue invitado a dedicar su triunfo a Mussolini, pero se las arregló para decir que lo ofrendaba a su familia y a la Virgen María, de la cual era reconocido devoto. No le cobraron el desaire porque era la promesa más grande del ciclismo en su país.

Pero su verdadera muestra de heroísmo, de grandeza más allá del deporte y de coherencia con los principios humanistas que profesaba, sólo vino a quedar en evidencia después de su muerte, gracias a la curiosidad de los familiares de un anciano llamado Giorgio Nissim, en cuyas memorias fueron hallados unos manuscritos que detallaban la forma en que una red de escape ayudó a que más de 800 judíos les hicieran el quite a los campos de concentración.

Los textos, que coinciden con historias documentadas en el clero italiano y con la reconstrucción histórica hecha por la comunidad judía, demuestran que la red secreta estuvo integrada, entre otros, por Nissim, varios expertos en falsificación de pasaportes, miembros del clero, entre ellos el cardenal de Florencia y uno de los mejores amigos de éste: el ciclista Gino Bartali. Los expertos en impresión de documentos hacían pasaportes a hurtadillas, los religiosos ofrecían alojamiento provisional a los judíos (especialmente niños) y Bartali… pedaleaba. Se montaba sin equipaje sobre su bicicleta en los aciagos años de 1943 y 1944, y cubría miles de kilómetros entre Génova, Florencia y hasta el Vaticano. Ni quienes le ovacionaban ni aquellos que cuestionaban su actitud deportiva en pleno desangre del país tenían idea de que en el marco de la bicicleta Bartali llevaba los pasaportes fraudulentos con los que escapaban los judíos.

Por esa razón fue condecorado de manera póstuma por el gobierno italiano y hasta reconocido como “justo entre las naciones” por el instituto Yad Vashem, memorial oficial de los judíos que murieron en el holocausto.

Todo está en el documental de Jacoby, en algunas de cuyas historias un sector de la crítica halló deficiencias de producción o algún problema de rigor en el relato. Sin embargo, el mayor debate en torno al tema fue entre los espectadores y no tenía que ver tanto con los aspectos técnicos de My Italian Secret, sino con el ejercicio de enfrentarse en la pantalla ante la crueldad que se enseñoreó en la Italia del fascismo. Y con el de encontrarse con sorpresas como aquella de que Bartali no sólo ganó carreras sino que salvó muchas vidas y que prefirió llevarse el secreto a la tumba, pues no le atraía la idea de granjearse publicidad con ello. Optó porque medio país tuviese una imagen distorsionada de él en vez de poner en evidencia a todos aquellos a los que había ayudado. Verdades sobre la guerra que apenas se vienen a esclarecer seis o siete décadas después del fin del conflicto y que contribuyen a llenar el bache en la historia sobre la vida de un deportista cuyo palmarés se vio interrumpido justo en el período de la guerra.

Antes se sabía que Bartali ganó el Tour de Francia de 1938 y que sólo pudo repetir ese título 10 años después e incluso se tejían historias sobre su rivalidad con Fausto Coppi, el otro grande del pedal en Italia, a quien la obligada pausa de la violencia no le alcanzó a robar -como a Bartali- los mejores años deportivos. Ahora ya hay idea sobre las verdaderas labores extraciclísticas del supuesto consentido de Mussolini.

El caso de Bartali, aunque lejano en el tiempo y en la geografía, tiene mucho de parecido con lo que ocurre con las violencias de América Latina. No sólo porque nos recuerda las impresionantes muestras de solidaridad para con las víctimas que surgen hasta en los escenarios más adversos. También porque pone en evidencia que más de medio siglo después y pese a que muchos de los protagonistas de la violencia ya no están y a que hubo inversión, desarrollo, apoyo internacional y un sinnúmero de cosas más, hay heridas que persisten, que no han sanado.

Un mensaje que debería tener en cuenta la Colombia del momento. No para desfallecer en sus esfuerzos de paz, sino más bien para seguirse preparando en busca de ese objetivo. Para garantizar verdad, justicia y reparación, honrando a las víctimas y garantizando que los victimarios cumplan sus compromisos, pero también dándoles su lugar a todos los Ginos Bartali que han contribuido de manera sincera y silenciosa a aliviar el sufrimiento de nuestro propio conflicto.

Antes se sabía que Bartali ganó el Tour de Francia de 1938 y que sólo pudo repetir ese título 10 años después e incluso se tejían historias sobre su rivalidad con Fausto Coppi, el otro grande del pedal en Italia, a quien la obligada pausa de la violencia no le alcanzó a robar -como a Bartali- los mejores años deportivos. Ahora ya hay idea sobre las verdaderas labores extraciclísticas del supuesto consentido de Mussolini.

El caso de Bartali, aunque lejano en el tiempo y en la geografía, tiene mucho de parecido con lo que ocurre con las violencias de América Latina. No sólo porque nos recuerda las impresionantes muestras de solidaridad para con las víctimas que surgen hasta en los escenarios más adversos. También porque pone en evidencia que más de medio siglo después y pese a que muchos de los protagonistas de la violencia ya no están y a que hubo inversión, desarrollo, apoyo internacional y un sinnúmero de cosas más, hay heridas que persisten, que no han sanado.

Un mensaje que debería tener en cuenta la Colombia del momento. No para desfallecer en sus esfuerzos de paz, sino más bien para seguirse preparando en busca de ese objetivo. Para garantizar verdad, justicia y reparación, honrando a las víctimas y garantizando que los victimarios cumplan sus compromisos, pero también dándoles su lugar a todos los Ginos Bartali que han contribuido de manera sincera y silenciosa a aliviar el sufrimiento de nuestro propio conflicto.

Antes se sabía que Bartali ganó el Tour de Francia de 1938 y que sólo pudo repetir ese título 10 años después e incluso se tejían historias sobre su rivalidad con Fausto Coppi, el otro grande del pedal en Italia, a quien la obligada pausa de la violencia no le alcanzó a robar -como a Bartali- los mejores años deportivos. Ahora ya hay idea sobre las verdaderas labores extraciclísticas del supuesto consentido de Mussolini.

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* Texto tomado de la revista “Conmemora”, del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Por Élber gutiérrez

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